La grandeza del universo es una señal de la existencia del Creador del mundo

Nuestro Sol es solo una de aproximadamente 100 mil millones de estrellas que se encuentran en la galaxia de la Vía Láctea. Esta galaxia, con todo su esplendor, es solo una entre casi dos billones de galaxias conocidas en el universo. Si intentamos estimar el número total de estrellas en todo el cosmos, nos encontramos con un número asombroso: un septillón o 10^{24} estrellas, es decir, un millón de billones de billones de estrellas. Estas cifras son tan enormes que su comprensión es difícil para la mente humana, pero entender esta inmensidad nos acerca a la verdadera grandeza del universo.
Cada estrella es una gran esfera de gases ardientes (principalmente hidrógeno) mantenida unida por la fuerza de la gravedad, y produce energía mediante la fusión nuclear. Las estrellas varían mucho en tamaño, masa y temperatura. Algunas, como las enanas rojas, son lentas y consumen poca energía, pudiendo arder durante más de un billón de años. Por otro lado, hay estrellas como UY Scuti, cuyo diámetro es más de 1700 veces el del Sol, que solo viven algunos millones de años y terminan en enormes explosiones de supernova. Nuestro Sol, con una edad aproximada de 10 mil millones de años, está a la mitad de su vida dentro de este espectro.
En cada galaxia existen miles de millones de sistemas planetarios. Solo en la Vía Láctea probablemente hay más de 100 mil millones de planetas, y la evidencia muestra que muchos de ellos están en zonas que podrían tener condiciones similares a las de la Tierra. En otras palabras, en nuestra propia galaxia existe la probabilidad de miles de millones de planetas habitables; y si extendemos esta probabilidad a todo el universo, la posibilidad de vida en rincones remotos del cosmos se vuelve totalmente posible e incluso probable.
Sin embargo, lo que vemos no es toda la realidad. La mayor parte de la masa del universo está compuesta por algo invisible: materia oscura y energía oscura. La materia oscura representa aproximadamente el 85 % de la masa del universo y solo ha sido detectada a través de sus efectos gravitacionales sobre las galaxias. Además, la energía oscura, que constituye alrededor del 70 % de la energía del universo, es la causa de la aceleración en la expansión cósmica. También hay miles de millones de agujeros negros en el centro de las galaxias, incluyendo un agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea que es millones de veces más pesado que el Sol.
Se estima que la edad del universo es de aproximadamente 13.8 mil millones de años. La luz que hoy recibimos de las galaxias más lejanas ha viajado miles de millones de años, y lo que vemos es una imagen del pasado lejano. A esta escala cósmica, nuestra Tierra —este pequeño punto azul— es solo una mota en medio de un océano de oscuridad y luz. Nuestro Sol es solo uno entre un septillón de estrellas a las que estamos cerca; pero al mirar el cielo, en realidad vemos señales de miles de millones de otros soles —cada uno con una historia única, tal vez con planetas, tal vez con vida, y quizás con secretos que aún no podemos comprender.

Discusión teológica
Aquí existe un punto fundamental en la teología: mientras más pequeño y simple fuera el universo, más concebible sería que su origen sea aleatorio. Pero crear un mundo con esta inmensidad y orden complejo hace que la casualidad sea extremadamente improbable e inaceptable. Por lo tanto, mientras más grande y complejo sea el universo, la probabilidad de que haya surgido por azar se acerca a cero.
En respuesta a los ateos que usan la grandeza del universo para negar la existencia del Creador, se debe decir: si el universo fuera más pequeño, ellos lo tomarían como prueba de un origen casual, y ahora que es vasto y enorme, dicen que la existencia humana es una casualidad en esta inmensidad. Esto es una forma de huir de la verdad. Pero desde la mirada de una persona consciente, la grandeza del universo es una clara señal de la majestad de su Creador. Un Creador que ha mostrado su poder infinito en la extensión del cosmos y ha creado un orden asombroso. Por tanto, la grandeza del universo no solo no es una razón para negar a Dios, sino que es una evidencia clara para conocer su poder y su sabiduría.
Para entenderlo mejor, podemos usar un ejemplo del mundo tecnológico: en programación, crear un código simple juntando algunos caracteres puede ser posible incluso por un estudiante principiante. Pero, ¿se puede considerar a Google —con miles de millones de líneas de código— como resultado de una casualidad? Un proyecto así solo es posible con el esfuerzo incesante de miles de ingenieros y un diseño inteligente. ¿Entonces cómo podemos considerar el universo, que opera con un orden mucho más grandioso que Google, como un producto del azar? Con la diferencia de que el Creador del cosmos, a diferencia de cualquier proyecto humano, no necesita colaboradores ni está limitado por el tiempo o el espacio. Él es único, omnipotente, y el universo es una manifestación perfecta de su poder.

En esta línea, el Sagrado Corán también nos llama a fijar nuestra atención en las señales del cielo. En la sura Al-Waqi’a, versos 75 y 76, dice:

—Aquí se menciona el lugar de las estrellas como una señal grande, para aquellos que reflexionan y buscan la grandeza del Creador en la creación.

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